La boda de ella y él.


Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijijijijijijijiiiiiiiiiiiiiiiiiijijí.


Furibundo y poderoso, el grito de la tía Tantiaguri se había esparcido por toda la sala para deleite de todos los que la conocían, que lo esperaban antes o después. Y es que, como en todas las ocasiones familiares, la tía Tantiaguri se había puesto en pie para gritar eso de “Yavestú, con setenta y tres años y me cojo la primera borrachera de mi vida.”

Vieja Borracha.

- Hija –brotaba el padre emocionado, elevando el tono de voz para hacerse oír sobre el racimo de golpes que proporcionaba a su primogénita en el hombro mientras le hablaba- Hija –plock, plock- Tu tía Tantiaguri no se hubiera perdido este día –plock, plock- aunque hubiese tenido que venir andando –plock, plock- en chanclas.

Y por el aire del banquete de bodas se extendía el típico sonido que uno nunca sabe si es una “a” una “e” o una “r”, prefabricado entre todas las voces de los invitados que, ya a aquellas horas del vino, no tenían ni textura, ni color, ni tono mesurado.

Y luego, la tía Tantiaguri otra vez: Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijijijijijijijiiiiiiiiiiiiiiiiiijijí.

Vieja borracha.

Jamás hubo otra boda igual en el mundo.


Ella, no podía creerlo cuando él se le acercó a la salida del trabajo. En su primer día, y utilizó el truco de “¿Sabes que te pareces a Sofía Loren de joven?” Porque ella sabía que era un truco.

Ya ves tú. Un truco.

Pero no se lo podía creer. Y se dejó mecer por las sutilezas de sus gestos y los movimientos un tanto exagerados de sus brazos. Y la sonrisa.

Esa cafetería siempre estaba llena de gente, pero había un sótano, con la luz baja, caña en las paredes, vigas de madera y enormes sofás rojos y mullidos a ras del suelo en los que sentarse y acorralar a su víctima. Porque ella ya le había elegido. Por eso la conversación fluyó rápido. Desde el primer momento a ella le gustó que él vaciase todo el contenido de sus bolsillos encima de la mesa: móvil, llaves, tabaco, temas de conversación. Y entonces, se produjo un silencio, ella provocó ese silencio, y él no pudo menos que acercarse a sus ojos para besar sus labios.

En aquella cafetería, siempre tan llena de gente.

Envueltos por el humo de los cigarros, la sequedad de una botella de Lambrusco y el color anaranjado que los acariciaba. Calor. Calor hacía falta.


“Sabes lo de ella y él. Si que están juntos no. Si desde hace una semana. Ya me lo imaginaba. Dicen que se enrollaron el primer día de el. Ella lo llevo a su casa. No se lo digas a nadie que lo quieren mantener en secreto. Claro que se acostaron. Pues a mi ella me parece poca cosa para él.” Fragmento de conversación obtenido con grabadora oculta en la cocina de la oficina una semana después.

Ella llegó una tarde, y mientras estaban desnudos, así en la cama, ella le sopló lentamente, despacio, acariciándole con el aire que salía de su interior, un aire que era suyo, de él.

Ella llegó esa tarde y no se volvería a marchar…


Bah, es igual. No es muy importante. Tampoco creo yo que se vaya a enfadar. Es comprensivo. Es cierto que él tiene ganas, pero no creo que me quiera obligar a que vaya con él. De hecho, no creo que le importe que no vaya. Incluso, probablemente, seguro que, a las claras, tampoco le importa ir a él mismo.

Otra vez.

Porque ella seguía acariciándole con su leve brisa por detrás de la oreja, bajando por el cuello, deteniéndose en sus hombros, recorriendo su espalda, por entre sus glúteos y sus muslos, hasta llegar a sus pies.

Bueno, tampoco se tienen que hacer las cosas por obligación. No creo que le importe demasiado. Él siempre comprende. Si a mi no me caen bien, no importa, hasta es sano. De hecho, tampoco les ve tan a menudo. Y casi mejor para él. Que al fin y al cabo es lo que a mi más me importa.

Nunca.

Y luego él llegaba a casa y ella le hacía sentir como si en realidad, hubiera llegado a casa. De nuevo con calor, y sus brazos, sus besos, sus palabras. Y él sentía que había llegado a casa, sentía como si hubiera llegado a casa.

Y por eso cuando él le preguntó qué entendía ella por amor, ella le respondió algo que no tenía nada que ver con él. Nunca.

Pero él seguía tan allí. Y ella también.

Él siempre acababa por seguir allí.

Porque aquel amor era tan importante para ella, e incluso para el mundo.

Por eso, aquella boda fue tan grande.

Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijijijijijijijiiiiiiiiiiiiiiiiiijijí.

Gritaba la tía Tantiaguri en el momento en que sirvieron el postre.

Uvas.

Elegidas por ella. No por él.

Aquel amor era tan grande. Aquella boda era tan enorme. La tía Tantiaguri, tan inconmensurable, con aquel grito de primera borrachera a sus setenta y tres años.

Vieja borracha.

Y en aquel amor tan grande, enorme e inconmensurable estaba ella tan enfrascada que no se dio cuenta de que él miraba a aquella uva con un ardor extraño, con unos ojos grandes, enormes, inconmensurables.

La miraba

la miraba

no podía parar de mirarla.


Entonces pasó.

Él abrazó con sus labios carnosos y sonrojados el óvalo que describía la superficie de la uva. Con miedo de apretar demasiado los labios pero con la seguridad de que su caricia se vería correspondida. Sintiendo como cada milímetro de sus labios, cada roce con su lengua hacían estremecerse a su pequeña amante, que por caprichos del azar acabó aquella noche sobre su plato. Aquella pequeña uva, insignificante…

Mírale dijo alguien ¿quieres acabarte ya esa uva?

… Y ella estaba sintiendo lo mismo que él. Su color verdoso la delataba, la apertura de aquel agujero que le había provocado separarse del racimo. El mismo agujero que tenía él y hacían algo parecido a mirarse, la uva y él…

Mamá, tú y los otros tiráis del brazo, nosotros tiramos de la cabeza y alguien que intente quitarle la uva.

…¿se atrevería?

El amor que ella sentía por él, todas las veces que ella se ocupaba de que él estuviese en casa como si estuviese en casa. Todas aquellas caricias, labios, luces anaranjadas envolventes, todo aquello le impidió darse cuenta de que, antes o después él se libraría de todos y se marcharía muy lejos. Para siempre. Aquella misma tarde.

Porque se enamoró de una uva.

Una uva.

..

..

..

Años después se cruzaron. Hacía un viento terrible. Y se saludaron. Holaquetalholaquetal. Bienbien. Me alegro de verte. Yo también. Beso en la mejilla. Me alegro de verte. Adios. Adios.

Una uva.