Mi hija se llama Cerdaputa: un cuento de monjas sobre la crisis



El “ring” sonó extraño cuando le tocó el turno a la monja. Fue más una especie de “gong” y aquello la contrarió bastante. Ella estaba sentada en una de esas incomodísimas sillas acolchadas de la oficina de empleo. Después de varias horas de espera, su trasero había adquirido la forma plana del asiento y a la hermana Matías le preocupaba que esto pudiera ser pecado. Entonces sonó “gong” y en vez de “ring” y se enfureció.


- Oiga –le dijo a la funcionaria que le atendió- ¿por qué ha sonado “gong” en vez de “ring”.


La funcionaria era una mujer redonda. De cabeza y pelo redondos. Con brazos y piernas redondas y todo redondo. Fumaba un cigarrillo redondo aunque estaba prohibido con una señal de prohibido redonda, y hacía “oes” con el humo que salía por su boca redonda.


- Y que quiere que yo le cuente, doña Matías.

- No, hermana Matías –dijo la hermana Matías, mientras señalaba con sus dos pulgares el hábito que vestía.

- Bonito hábito.

- ¿Cuál?

- El de señalarse a sí misma con los dos pulgares.

- Lo heredé de una jefa-monja que tuve, sor Conchinchina. La pobre…

- ¿La mató usted?

- No, a ella no. Ella se fue.

- ¿Dónde?

- Pues, ¿Dónde va a ser? –respondió la monja indignada- Pues muy lejos.


La funcionaria redonda expulsó rápidamente el humo por su boca. De hecho lo hizo tan rápidamente que en vez de salir en forma de “oes” le salió en forma de tubo.


- Bonito tubo –señaló la hermana Matías.

- La que tubo…

- Retubo.


Entonces la funcionaria volvió a soltar el humo del cigarrillo con vehemencia y rapidez formando un segundo tubo que flotó al lado del primero, que aún no se había desvanecido.


- Efectivamente –añadió señalando al segundo tubo- Retubo.


Entonces la monja se dio cuenta de que le funcionaria llevaba un buen rato sin darle caladas al cigarrillo mientras todavía soltaba humo de vez en cuando.


- ¿Cómo lo hace? – preguntó maravillada.

- Pues generalmente con pimiento. – Respondió la otra- Hay gente a la que no le gusta echarle pimiento, pero a mi me pone como un rinoceronte embrutecido.

- No, si digo lo de el humo.

- ¿A qué se refiere? – preguntó intrigada la funcionaria mientras expulsaba otra calada.

- Lo de echar humo sin fumar del cigarro.

- ¡Ah, se ha dado cuenta! –respondió la funcionaria con una sonrisa emocionada.

- Sí, me he dado cuenta –admitió la otra también con ilusión- es que soy muy observadora. Y un poco zorrón, también hay que decirlo.

- Pues lo del humo me sale así.

- ¿Así?

- Sí, es que soy muy humana.

- ¿Por lo del humo?

- Claro, y porque soy gordita. Los gorditos somos muy humanos.

- Bueno, y los no gorditos –añadió la monja- Míreme usted a mi, que soy flaca y estuve viviendo cuatro años en Humanes.

- ¡Fíjese! –contestó la mujer redonda con asombro. Y añadió – Yo viví dos años en Tetuán, y claro, así tengo estas.

La hermana Matías se las miró.

- Muy orondas, sí señora, muy pero que muy orondas.

- Pues sí.

- Pues nada, ya hemos hablado sobre cómo se ha producido la crisis y cómo se podría solventar, ¿no?

- Sí, sí –añadió la funcionaria- Ahora sí que sí.

- Y a partir de ahora va a cambiar todo, ¿verdad? - preguntó la hermana para asegurarse.

- ¡Uy! ¡Todísimo!

- Pues me deja usted mucho más tranquila.

- Eso que se lleva.

- Entonces la dejo que atienda al siguiente – dijo la hermana Matías levantándose del sillón.


La funcionaria presionó el botón del siguiente turno y sonó un “gong”.


- ¡Vaya, debe ser que ahora suena “gong”! – Exclamó la monja aliviada.

- Sí, debe ser que ahora suena “gong.”

- De todas formas, ¿qué más da “ring” que “gong” – admitió.

- “Ring”que”gong”, “ring” que “gong”, “ring” que “gong” – canturreó la otra alegremente- y luego añadió. Pues tiene usted razón. Y volvió a expulsar humo por su boca, aunque esta vez dibujó un osito que movía su mano derecha como diciendo adiós.


La hermana Matías comenzó a andar, mirando al osito desvanecerse mientras le saludaba con una mano. En su camino se cruzó con una bailarina rusa de color azul, que era la que tenía el turno siguiente.

Y tan contenta se marchó de nuevo al convento.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.