El Apocalipsis

El primer día que Andresito decidió utilizar su clavo con la señora Donors no pensó que fuera a tener aquel efecto. Obviamente él esperaba un “Ayyyy”, un tortazo… En fin, algo razonable. Lo que jamás imaginó era que al pinchar a la señora Donors con su clavo en el culo, la señora Donors sería tan excéntrica de explotar como un globo. Igual había calculado mal las reacciones. Claro eso debía ser. Hay gente que no se molesta, o no siente dolor. Simplemente explota como un globo y ya está. Bueno, eran diez años los que tenía, todavía le quedaban muchas cosas por aprender del mundo.

Lo siguiente se le fue de las manos. ¿Cómo se lo iba a imaginar? Todavía podía saborear el donut de esa mañana mojado en el Cola-cao. Su hermana canturreando canciones, como siempre. Su madre peinándole. O el profesor castigándole por vaciar la mochila de Angel Manuel sin que se diera cuenta y comenzar a tirarle sus libros y bolígrafos por la ventana. También era cierto que le molestaba ser uno de los pocos que todavía no escribían a boli, y que Angel Manuel era uno de los primeros a los que habían pasado de lápiz a boli. Pero sobre todo porque era muy pelota con la seño.

¡Bammm!

Y adiós señora Donors. En el fondo no le caía bien.¿O sí? Tenía que asumirlo, aunque él no hubiera utilizado nunca esa palabra porque no sabía que existía. Aunque si iba a ir por el mundo explotando señoras Donors debería empezar a conocer la palabra “asumirlo” y otras como “castrense” o “deflacción”, incluso.
Igual sí le caía bien. En el fondo no había sido nada personal, simplemente tenía el clavo en la mano, la señora Donors se había agachado en el portal a recoger un papel y Andrés, como ya sabía que iba a ser castigado, decidió hacer eso que siempre quiso, clavarle un clavo en el culo a alguien, y salirse con un solo castigo por dos delitos. Estaba bien pensado.
Hasta que la señora Donors explotó.

¡Bammmm!

¿Y ahora qué hacía? Andresito se quedó mirando los restos de la señora Donors que eran como un plastiquillo finito esparcido por toda la entrada del portal. Y su marido, el señor Donors abrió la puerta. Sucedió en un instante:
Miro al suelo y veo los restos de mi querida esposa Donors que ha explotado.
Miro a Andresito y veo un clavo en su mano y cara de desconcierto.
“Mequetrefe” gritó. “Ahora voy a tener que comprar otra. Pero esta me la van a pagar tus…”¡BAMMMM!”.

Y no pudo continuar acusándole de nada, no por falta de pruebas, sino porque Andresito corrió hacia él y le pinchó con su clavo en la pierna. Por supuesto, el señor Donors explotó. No iba a ser menos que su mujer.
Andresito sintió cierta gracia. Bueno, como todos cuando se acaba un cumpleaños y nos dejan pinchar los globos. Es lo más divertido del cumpleaños, aparte de tirarle tarta a alguna tía del cumpleañero.

El caso es que Andresito comenzó a subir las escaleras del edificio mientras pensaba que estaba dentro de un videojuego. Llamó a un timbre: la señora Ramasa. A esa sí que le tenía manía por entrar en casa casi todas las mañanas, cuando su mamá le estaba peinando. En medio de los tirones de pelo.
La señora Ramasa abrió: ¡Andresito! Pero ¡BAMMMM! Adiós señora Ramasa. La siguiente fue su hija mayor, Lucelia. “¿Qué le has hecho a mi madre, desgraciado?” Pero

¡BAMMM! Tampoco se perdía mucho.

Luego a la otra hija Rocelia: ¡BAMMM! ¡A la mierda Rocelia! Y lo mejor de todo era que no manchaba ni nada las paredes, ni la ropa, ni nada manchaba.
Luego cambió de táctica y decidió apostarse en un recodo de la escalera y sorprender a sus víctimas. Dicho y hecho.
El señor Gustafsón: ¡BAMMM!
La señora María del Mariadel: ¡BAMMM!
Incluso el perro de la señora María del Mariadel.

Era todo muy extraño. Ya eran las cinco de la tarde. A esa hora tendría que haber llegado a casa hacía mucho, haberle dado a su madre el parte del colegio, habría comido y luego habría estado castigado el resto del día, ya que no le dejaban volver a clase esa tarde ni al día siguiente.
Sin embargo no había oído ninguna puerta abrirse en el bajo, donde él vivía.
“Bah, pensó” voy a por la vieja Turruchi y luego me voy a casa.
Subió al cuarto, en busca del timbre de la vieja Turruchi saltando de dos en dos los escalones y pensando de dos en dos los agravios que esa vieja amarilla fosforescente le había hecho desde que era pequeño, los tirones de mejilla, los besos babosos. Se acabó.
Todo se acabaría.
Llamó al timbre “rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr” era uno de esos timbres secos y feos.
La vieja Turruchi abrió, llevaba algo en la mano, pero entonces. ¡Mierda! A Andresito se le cayó el clavo. Se agachó lo más rápido posible para, a pesar de todo, sorprender a la vecina. Y en una de sus fracciones de segundo reconoció lo que la vieja Turruchi tenía en la mano: un clavo.
Mierda. Pensó al notar un pinchazo en el culo.

¡¡¡BAMMMMM!!!

Era extraño. Al pinchar a aquel mocoso en el culo ella se hubiera imaginado un “Ayyyy” o quizá una pesada y larga llantina. Pero nunca se habría esperado que Andresito fuera a explotar. Muy extraño.
Por eso cuando la puerta de su vecina se abrió y vio sus ojos aterrorizados al descubrir los restos de plastiquillo que quedaban del muchacho, no se le ocurrió otra cosa que pincharla también. ¡¡¡¡BAMMMM!!! Y su vecina explotó. ¡Qué extraño! Pero hacía mucho, muchísimo tiempo que no se divertía tanto. Además, a su edad que iban a hacerla, ¿condenarla a la cárcel?
Decidió bajar un poco por la escalera, para ver si alguien pasaba
y justo
entonces…

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