DOMINGOS DE NOVIEMBRE


     Todavía no he sido capaz de encontrarle sentido a los domingos de noviembre. Probablemente nacieron de un fastidio pequeño pero tortuoso, similar al que experimenta un niño cuando su hermano mayor le hace rabiar. No te mata, pero no ayuda.

     Raúl solía entrar en el cuarto de su hermano pequeño, Daniel, sacaba la caja de sus juguetes, cogía el coche de metal de policía, el preferido de su hermano y, armado con un destornillador se dedicaba a, de forma meticulosa, desensamblar todas las piezas posibles del coche, una a una, poco a poco. Invirtiendo la paciencia de un relojero suizo. Después volvía a unirlas, una a una y se guardaba los tornillos. Finalmente esperaba, pacientemente a que su hermano llegase a jugar.
Sentía un deleite especial al ver como el pequeño, el preferido de todos, se dirigía a su caja, la abría con cara de emoción y sacaba su coche. El coche de policía. Entonces, este se desarmaba entre sus manos.
Así, blam, y se desarmaba.

     De su mirada herida y necesitada de una explicación, de ese sentimiento de impotencia e incredulidad, justo un instante antes de saltar como resorte lleno de rabia hacia la habitación de su hermano, nació una tarde de domingo de noviembre.

     Dani tenía la ira contra su hermano para luchar contra las tardes de domingo de noviembre.

     Nosotros no tenemos más remedio que quedarnos con el juguete roto entre las manos. Confiando en que, antes o después, podremos volver a ensamblarlo y ya se habrá ido noviembre.






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