Con delicada cerradura


Allá en un país lejano... Bueno, lejano para nuestra época. El doctor Maitingen afirmaba insistentemente haber inventado una máquina que podía medir con exactitud lo que se amaban las personas: unas a otras y por separado. Una inmensa máquina recogía, por medio de unos electrodos, las vibraciones electromediopedas expulsadas al exterior por unas glándulas situadas en bla,bla,bla,bla...

Ya ves tú,
las vibraciones electromediopedas...

La unidad de medida era el Maitingen (mtg).

Sólo había un problema. Nadie sabía a qué equivalía el Maitingen, si a un kilo de amor, o quizá a diez litros de cariño. Puede que a cuatro metros de consuelo. O quizá a varios megatones de esa sensación, suave, cálida y glotona que se produce al acariciar una mejilla con otra.

En aquella época, el señor Juan y su esposa, la señora Vicenta vivían en Alemania. Allá se trasladaron para intentar prosperar, hacer unos ahorrillos y volver.

Y el señor Juan vió el anuncio del doctor Maitingen en el periódico, buscando personas, parejas o matrimonios en los que hacer la prueba con su máquina.

Y medir

En Maitingens.

El resultado fue espectacular, en la ficha marcaba lo siguiente:

Recíproco: 40 mtg
Esposo: 23 mtg
Esposa: 35 mtg

Espectacular.

Punto.

Emetegé.
Emetegé.
Emetegé.

Pensó el señor Juan, cuando tantos años después, una vez muerta su mujer, se encontró con aquella caja de colores.

Si ella le amaba doce emetegés más que él a ella, pensaba, no era normal que tuviese una caja de colores.

Con llave.

Pero así era.

Vicenta decidió un día arrancarse el corazón, sin importarle siquiera los emetegés pensó que lo mejor era vaciar ese espacio y dejarlo en una cajita, de colores, donde nadie pudiera alcanzarlo, bajo llave. Para que sólo ella fuese capaz de encontrarlo y utilizarlo cuando quisiese.

Porque era su corazón.

Y lo hacía.

Lo encontraba y lo utilizaba cuando quería. Cuando lo necesitaba.

A veces con el señor Juan.

A veces para ella misma.

Allá dentro, bajo llave, tarjetas y recuerdos fueron llevándose poco a poco el corazón de la señora Vicenta. En silencio. Hasta permanecer casi olvidados, como buenos secretos,

Solo rescatados
Solo rescatados de vez
Solo rescatados de vez en cuando
Solo rescatados de vez en cuando cuando tenían
Solo rescatados
de vez en cuando,
cuando tenían que
ser
rescatados.

El señor Juan tenía ahora el corazón de su esposa muerta,
bajo llave...

Bajo una pequeña llave

con una cerradura

casi minúscula

casi invisible

que hubiera cedido casi

solo con abrir y cerrar los ojos.

El señor Juan miraba
la caja

de vez en cuando...

Aquella tarde lo volvió a hacer

Miró la caja

Como de vez en cuando hacía...

Luego comenzó a llorar

Lagrima caer, resbalar por su mejilla

Contacto con su piel

Y una leve, suave melodía comenzaba a sonar

Y lloró y lloró durante minutos que pudieron haber sido horas.

Y finalmente, se levantó, y volvió a dejar la caja

En su lugar

Sin abrir

Sin pestañear

Casi sin respirar

Para no romper su delicada cerradura.

Desde fuera, a través de las ventanas, se oyó una tremenda ovación cuando el señor Juan dejó de llorar. Cuando el milagro de aquellas notas musicales dejó de resbalar por sus mejillas.

El señor Juan jamás se atrevió a abrir
la caja que contenía el corazón de aquella
persona
a quien más amó

veintitrésemetegés

Emetegé
Emetegé
Emetegé

Vicenta murió la noche del doce al trece, entre un torrente de dolores.

Su corazón estaba en una caja

de colores

...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, qué bonito. Me ha gustado mucho, muy tierno y con una buena dósis de sensibilidad bien utilizada, lo cual nunca viene nada mal. Enhorabuena.

Estrella Escriña dijo...

A mi también me ha encatado. Si es que... Dios las cria y ellas se juntan. Enfins, sigue así criatura que nos gusta leerte.